De cualquier forma sentían satisfacción pues desde sus nacimientos comprendían que estaban hechos para separarse. Más allá de todo subieron vertiginosos la angosta escalera que los conducía hacia esas cuatro paredes, aquellos viejos peldaños hoy se veían gastados, quizás siempre lo estuvieron. En realidad todo el edificio era una ruina como en otrora momentos.
El tiempo
perpetraba zozobrante el dulce encanto de los recuerdos para destronar el hilo
fulminante de la infinidad del instante. Se detuvieron ante aquella cómplice
puerta como si fuera la primera vez, se miraron, el tomo la mano de ella
mientras que con un pie empujó el pedazo de madera que chirrió como festejando.
Entraron,
soltaron sus manos, coincidieron nuevamente sus ojos y percibieron lo de
siempre, lo de años atrás, ese olor brutal del sexo, de sexo amor amantes…
Aunque las
paredes se caían a pedazo y el viejo colchón seguía tirado en aquella esquina,
todo les parecía impresionante, como agolpado de repente contra sus recuerdos.
Ella caminó
cortando el entramado aire que ya comenzaba a tragarlos, sus pasos rompían el
monótono silencio de la tarde, quiso volver a sentir esa sensación de quietud
que se dibujaba cada vez que decidían tenerse, el hecho de revivir el mágico
rubor que se extendía por su cuerpo cuando una vez que había acabado, se
levantaba desnuda del esquinado colchón y caminaba hacia la ventana para
respirar profundo el aire que se agolpaba a través de la desvencijada persiana.
La tarde se
recortaba tediosa y plomiza sobre la silueta melancólica de la ciudad. El trató
de romper el silencio pero solo logró poner su vista sobre su reloj pulsera
como en todas aquellas otras ocasiones.
Se miraron por
enésima vez, sonrieron, se tomaron de la mano, dedujeron que el tiempo y la
vida misma se habían filtrado una vez más en su intimidad. De cualquier forma
sentían satisfacción pues desde sus nacimientos comprendían que estaban hechos
para separarse. Se dirigieron hacia la puerta pero esta vez sin mirar atrás…